3 creencias limitantes socialmente aceptadas que no deberías transmitir a tus hijos

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En mis talleres y cursos doy pautas para, desde nuestro propio autoconocimiento como padres, poder activar esa sabiduría interna y aplicar en nuestro contexto particular, recursos que ayuden a educar de forma consciente.

En un taller sobre “Cómo liberarnos y liberar a los niños de nuestra mochila emocional”, una alumna me preguntó; “ahora que he podido identificar la raíz de mis creencias limitantes y puedo ponerle más consciencia a lo que transmito a mis hijos ¿hay algo que desde tu visión, en general, me recomendarías evitar?”. Aquí es cuando vuelvo dar las gracias por todo lo que aprendo enseñando.

Los niños son Mindfulness de serie, pero es una capacidad que hay que cultivar. Te propongo unas técnicas de Atención Plena.

A bote pronto me acordé de algunas situaciones que yo como madre había identificado como “situaciones chirriantes” con respecto a mi hija y se las puse de ejemplo.

Recuerdo que fui con mi madre y con mi hija de menos de una año a unos grandes almacenes y esta empezó a llorar. Le costaba calmarse y decidimos volver a casa. Bajando en el ascensor con otra pareja mi madre le dijo a Mar. “No llores, que si no estos señores se van a pensar que eres una llorona”. Qué inocente y que recurrente la frase.

Cuando salimos del ascensor le expliqué a mi madre sobre la importancia de legitimar las emociones de las personas y no condicionarlas a lo que pudieran pensar las otras.

Mi madre lo pilló al vuelo y la situación nos dio una oportunidad más para seguir compartiendo criterios de crianza con los abuelos, algo muy importante y necesario tanto para nuestros hijos como nietos, como para nosotros como hijos. ¡Cuanto sobre nosotros y sobre nuestra propia educación, podemos aprender compartiendo nuestro estilo de crianza con nuestros padres!.

El otro ejemplo que me vino a la cabeza y que tenía reciente, era una situación con una niña vecina de la urbanización. Estaba con Mar jugando en el patio y cuando estábamos a punto de subir a casa, bajó una vecina que no conocíamos, algo mayor que Mar, con un chupachup de esos gigantes de plástico que están llenos de chupachups. A Mar le hicieron los ojos chirivitas y cuando vio que aquello estaba repleto de chupachups, tuvo claro que uno de esos era para ella. Me decía que se lo pidiese, que ella quería uno, pero le insistí en que fuese ella la que se lo pidiera. Después de varios minutos de acoso y derribo por parte de Mar, consiguió su objetivo, gracias a la generosidad de la niña y a la sugerencia de compartir de la madre. Entonces yo le dije que si le quería dar las gracias y Mar no quiso. Le dije que había sido muy generosa con ella al haber compartido sus chupachups pero creo que Mar en ese momento todavía estaba disfrutando de su logro (haber conseguido el chupachup, porque lo mejor de todo es que les da una chupada y ya se cansa) y nos fuimos para casa. Ya en el ascensor le pregunté a Mar porqué no había querido dar las gracias y entonces cayó en la cuenta y dijo “Sí, yo quiero decir gracias”. Volvimos a bajar inmediatamente esperando que la niña todavía estuviera ahí y Mar le dio las gracias muy agradecida y satisfecha de haberlo podido hacer.

Sirva el ejemplo de cómo, cuando no les obligamos a dar las gracias por convención social sino que damos espacio para que ese sentimiento de gratitud surja de ellos, les genera coherencia y les ayudamos a cultivarlo desde una parte más autentica por sí mismos.

Son solo dos ejemplos que ponen de manifiesto lo necesario que es revisar las creencias limitantes que transmitimos como padres desde nuestras heridas y desde nuestro no cuestionar las convenciones sociales generalmente aceptadas, antes de transmitírselas a nuestros hijos.

La alumna se quedó satisfecha, pero yo puse en marcha el observatorio de “creencias altamente limitantes, generalmente aceptadas” y de esa observación tomé consciencia de esto que ahora me surge compartir contigo.

Cabe decir que no soy especialista en niños, no soy psicóloga, ni pedagoga, aunque estoy rodeada de compañeros excepcionales de los que aprendo todo lo que puedo :). Mi visión con respecto a la infancia llega desde una perspectiva más madura, más adulta. Llega desde el acompañar en la consulta individual a los padres que se sienten limitados para vivir una vida plena, en lo personal y lo espiritual, por esas creencias limitantes forjadas en su infancia.

3 órdenes parentales frecuentes que conviene revisar para que no las hereden nuestros hijos.

Las creencias se heredan y son las que conforman mi realidad subjetiva, en función de la cual me muevo en este mundo.

Las heredamos del entorno social, educacional y cultural en el que vivimos, pero mayormente de nuestro entorno cercano, ya que son nuestros adultos de referencia los que validan o invalidan para nosotros todo lo anterior.

Nuestras creencias familiares, son las que tienden a prevalecer sobre las sociales.

Por ejemplo, aunque robar esté penado por el código legal que rige esta sociedad, “en casa del ladrón el que no roba es tonto” y esta será la orden que prevalezca. La adoptaré para poder pertenecer a mi familia, algo muy ligado a mi instinto de supervivencia, y ganarme el favor de mi clan. La necesidad de pertenecer a mi círculo cercano, va antes que la necesidad de pertenecer a la sociedad.

Revisemos esas 3 órdenes parentales que he podido identificar, sobre las que creo que conviene volver a pensar:

1.- “Sé perfecto”.

Cuando le decimos a un niño, “muy bien cariño, a la próxima un poquito mejor”, es probable que el niño recoja ese deseo de sus padres y que de forma más o menos consciente, en su intento de complacer, busque en lo que haga la perfección.

Quizá lo que nos ha mostrado el niño es un dibujo o quizá una redacción, y puede que en los dos casos el niño reciba una frase parecida e intente cumplir con el mandato. ¿Te imaginas tener que ser bueno en todo? ¿Cómo te quedarías si le enseñas a tu pareja uno de tus trabajos y tu pareja te respondiese “muy bien cariño, a la próxima un poquito mejor”?.

Quizá el dibujo tenga para ti “objetivamente áreas de mejora”, ¿y para el niño?. Es evidente que la intención positiva de los padres que dicen esa frase es fomentar que el niño se supere y haga las cosas cada vez mejor. Pero planteada la cuestión así, tiene sus inconvenientes.

Mujer con mochila cargadaEn mi experiencia acompañando a padres comprometidos con su crecimiento personal y espiritual, cuando este mandato ha sido repetitivo y han tenido padres exigentes en ese sentido, es frecuente que esos adultos se vean ahogados en su afán de perfeccionismo y que a la vez reconozcan transmitir el patrón a sus hijos. “Siempre se pueden hacer las cosas mejor” y, en ese afán y en la insatisfacción que les mueve para conseguir esa inalcanzable perfección, se les va la vida.

También es frecuente que les produzca miedo a equivocarse y de ahí que a menudo caigan en el inmovilismo para no enfrentarse de nuevo con su despiadado crítico interior, y posterguen continuamente las acciones que les conducirían a la consecución de sus verdaderas metas.

También pueden resultar personas muy competitivas con necesidad de demostrar que son los mejores o de huir de situaciones en las que se puedan ver comparados con otros. También es frecuente que su miedo al error haga que no se expongan para no quedar en evidencia. La creencia inconsciente que suele generar es:“Si no soy el mejor, mejor no ser nadie”.

Cuando ese afán de perfección se refiere al aspecto físico, las consecuencias para la salud a demás pueden ser notables causando, por ejemplo, trastornos de la alimentación.

Si te reconoces en estas frases, en este patrón y sientes que “has estado metiendo la pata con tus hijos”, este es el momento de tomar consciencia y empezar a hacer las cosas de forma diferente.

Siempre estamos a tiempo de dejar de reforzar la creencia y aprovechar la siguiente oportunidad para mostrar amor incondicional y apelar a su propio sentido de autocrítica.

Podemos hacer apreciaciones sobre el trabajo sin caer en el “muy bien”. Podemos preguntar si le gusta como ha quedado, si le genera satisfacción, qué quería conseguir… y en función de eso quizá surja la necesidad de ayudarle a hacerlo mejor o de otra manera.

También podrás ayudarle a integrar el aprendizaje que surge de la experiencia a través del “error”. Uno de los enfoques que podrías utilizar es: “¿Ahora que ya has hecho esto una vez, si tuvieses que hacerlo otra vez, cómo lo harías?”. Seguro que ahora que has podido poner consciencia en esto, puedes conectar con tus propios recursos y manejar la situación de forma más constructiva con ellos y contigo ;).

2.- “Esfuérzate”.Mesa de estudio con cartel "fail better"

Hace tan solo dos generaciones, las circunstancias que se vivían en este país hicieron que la mayoría de nuestros abuelos estuviesen en la supervivencia. Frases como “la vida es dura”, “ganarás el pan con el sudor de tu frente” y “en esta vida todo cuesta” pueden ser ejemplos de la creencia de esfuerzo y carencia que subyace en nuestro contexto social.

Cuando le decimos a los niños la inocente frase que pone en valor el esfuerzo “no lo has conseguido pero te has esforzado” damos pie a que se genere la creencia no importa que lo consiga, lo importante es que me esfuerce”.

Dicho así, no le estamos dando a entender que creemos en él y que seguro que si persevera (no desde el sacrificio sino desde la motivación), aplicando el aprendizaje que se desprende de los errores cometidos, estará más cerca de alcanzar su objetivo la próxima vez, sino que le querremos más cuanto más se esfuerce.

Los adultos que arrastran esta creencia del esfuerzo, son creadores de situaciones en las que sienten que constantemente se tienen que esforzar, no se permiten que las cosas sean fáciles y disfrutar del proceso. También suelen renegar de aquellos “regalos” que la vida les hace sin que se los hayan ganado y boicotearse cuando están a punto de conseguir algo importante después de un gran esfuerzo para poder seguir esforzándose y seguir ganándose así ese amor parental.

De esa memoria histórica de esfuerzo, podemos observar dos vertientes en los padres de hoy. Los que se lo dan todo hecho a los niños porque ya han sufrido bastante ellos con esto del esfuerzo y no lo quieren para sus hijos, o los que trasladan el patrón como un valor.

Sé que esto puede chirriar porque el valor del esfuerzo es algo que tendemos a recuperar después de haber pasado por la experiencia “generación nini” fruto más bien de la primera vertiente del patrón. Pero soltando el patrón sin irnos al otro extremo, hay un punto intermedio que invito a considerar.

La consecución de nuestras metas implica tener clara la necesidad, tener claras las acciones que me van a permitir cubrirla y desde ahí, nos ponemos manos a la obra.

Cuando hay una motivación intrínseca que nos alinea con nuestro objetivo, nos ponemos a la tarea y vamos a por ello. En ese proceso hay perseverancia, aprendizaje, implicación, pero no necesariamente esfuerzo que conlleve sufrimiento.

La cuestión es permitirnos nosotros mismos funcionar desde ahí y ser el modelo coherente y alineado con nuestras metas que queremos para nuestros hijos.

Sé que el modelo educativo, en general, el que vivimos nosotros y que sigue vigente en estos tiempos, no contribuye a soltar el patrón. Pero también sé, que gracias al trabajo que desde dentro del sistema hacen esos compañeros que nombraba al principio, esto está cambiando :).

Este mandato es frecuente que vaya asociado al de “se perfecto”. La creencia sería “Me tengo que esforzar para ser perfecto”. En este caso los efectos limitantes de los dos patrones se refuerzan.

3.- “Hay que ganarse el amor de los demás”

Este mandato tiene que ver con“querer para que te quieran, respetar para que te respeten…”. La intención positiva que subyace es clara; tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. El inconveniente surge cuando pongo el foco en los demás. Cuando intento o espero que desde mi actitud de respeto al otro el resultado sea que el otro me respete, o me quiera, o me “ajunte”. Con media vuelta que le demos al tema, podemos caer en la cuenta de que esto no va así.

Todo empieza por nosotros, por respetarnos, cuidarnos y amarnos a nosotros mismos.

Cuando somos adultos lo podemos hacer, aunque a veces sea necesario un proceso de aceptación y perdón hacia nosotros mismos, pero los niños necesitan a sus padres para cubrir esa necesidad de amor incondicional.

Cuando somos adultos y sentimos que no hemos recibido ese amor incondicional de nuestros padres, el patrón suele generar relaciones de dependencia. Sentimos que no nos quieren como a nosotros nos gustaría y, de forma mayormente inconsciente, nos volcamos en los demás para recibir algo que rara vez cumple con nuestras expectativas.

Desde ese amor parental incondicional de base y desde el ejemplo del amor que a nosotros mismos nos podemos dar, ayudaremos a nuestros hijos a afrontar sus relaciones afectivas con los demás, ya no desde la carencia sino desde el placer de dar. Les inspiraremos a compartir eso que de ellos nace, sin necesidad de recibir del otro.

La clave que subyace en este tema es la empatía. Cuando el niño es capaz de reconocer su necesidad afectiva y la satisface, es capaz de verla en los demás y desde ahí surge el querer compartir sin esperar nada a cambio. Desde ese dar desinteresado, probablemente será cuando más reciba y su autonomía emocional crecerá.

Aquí os dejo un video sobre la necesidad de educar en la empatía a nuestros hijos.

https://www.youtube-nocookie.com/watch?v=EPqOEWwkXyo

Espero que estas reflexiones te hayan puesto en la pista de esas creencias que en estos momentos conviene revisar para aligerar tu carga emocional y la de tus hijos.

En los talleres presenciales que organizo sobre “Cómo liberarte y liberar a los niñ@s de tu mochila emocional” ahondamos en las raíces de estas creencia limitantes desde una perspectiva más amplia, profunda y vivencial. De esa comprensión, surgen valiosos recursos para poder soltar lastre tú y darles alas a ellos. Suscribete a mi lista de correo y en breve te escribo con las fechas y ciudades de las próximas convocatorias.

Mochila cargada de floresCuando sientas que no alcanzas la perfección, que te cansas de esforzarte o cuando sientes que no te quieren como a ti te gustaría, mirate al espejo y dite lo que ahora le dirías a tu hijo. El que sigue fiel a ese patrón no es tu yo adulto, es tu niñ@ herido. Acógete y date ese amor incondicional que los niños necesitan, el que quizá sentiste que te tenías que ganar en su día. Ahora todo aquello pasó, aquí y ahora todo está bien. Ahora eres adulto y puedes coger las riendas de tu propia vida para hacer con ella lo que desees. Atraviesa el miedo que el ejercicio de esa libertad te pueda generar y… ¡a por ello!

Creo que este tema da para mucho y puede suscitar inquietudes, así que te invito a dejar tus comentarios, dudas, etc. También te invito a compartir para que más padres puedan acceder a esta información y entre todos poder aligerar la mochila de esta generación que nos traemos ente manos :).

Muchas gracias por adelantado.

Espero que este artículo te ayude.

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8 comentarios en «3 creencias limitantes socialmente aceptadas que no deberías transmitir a tus hijos»

  1. Hola Yolanda, el post está genial y es algo de lo que se debería hablar más. Si te cuento las veces que he escuchado a un padre/madre decirle a su hijo/a al despedirse (en todos los sitios donde he trabajado): pórtate bien, no llores, y cosas peores… Hace falta poner mucha luz y reflexión en las creencias limitantes que transmitimos a los peques y lo acertado es empezar por nosotros/as mismos/as. Si queremos dar ALAS a nuestros peques, el trabajo empieza en el interior de uno mismo/a.
    A modo de resumen, yo diría como creencias posibilitantes para trabajar con los hijos/as: Sé tú mismo, encuentra aquello que te haga vibrar y ve a por ello desde el disfrute, y rodéate de personas que te quieran como eres, respetando tanto a las que piensan como tú como las que piensan otra cosa. LA VIDA ES ABUNDANCIA.
    Muchas gracias por la labor que haces, me encantaría que muchas personas pudieran disfrutar de tus formaciones, son la caña!)

    Responder
    • Hola Antonio, gracias mil por tu comentario y tus aportaciones. Qué importante que los educadores estén al tanto de esto!. Os invito a los profesores, educadores, maestros…a que leáis esto y que, comentéis y difundáis en vuestros foros. Es fundamental que los docentes hayan revisado sus propias heridas/creencias para ponerse delante de sus alumnos con una mirada clara, amorosa y libre de juicio. Gracias de nuevo!

      Responder
  2. Me ha gustado mucho.. Gracias por tu generosidad, efectivamente estas cosas hacen colocarse en el momento que estas viviendo y te permite ver como te gustaría que fueran las cosas .. Algo resuena dentro de nosotros y en lugar de culpabilidad por tantas cosas que hacemos que no nos benefician ni a nosotros ni a nuestros hijos deseo abrir mi corazón hacia cambios y ver posibilidades para vivir la vida como deseo…
    Gracias

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  3. Me ha gustado mucho el tema com se forman las creencias en el ser humano del cual se inician desde la niñez ,siendo los responsables los padres . También ellos lo repiten como un patrón de crianza y así lp llevan a sus hijos. Es Por eso que considero muy importante la debida orientación a los padres como deben educar a sus hijo .

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    • Hola Sulay, gracias por tu comentario. El tema va mucho más allá. Todos somos en cierta forma «víctimas de víctimas» nuestros padres también heredaron esos patrones, los posibilitadores y los limitantes. Lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es revisar los nuestros, agradecer comprendiendo que han estado ahí para ayudarnos a sobrevivir, soltarlos y vivir y educar a nuestros hijos atendiendo las necesidades reales en el presente. Liberarnos nosotros para liberarles a ellos (de eso va el taller de la mochila emocional). Aquí estamos intentando poner consciencia en este tema tan importante, como tú dices :). Muchas gracias por estar ahí y transmitir tu sentir. Un abrazo

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